En el post anterior tuvimos la oportunidad de poder reflexionar sobre lo exigentes que podríamos llegar a ser con los demás pero ¿Y con nosotros? ¿Somos poco o muy duros?.
Cualquiera de las dos posturas no es muy recomendable.
Al hombre se le ha regalado unos valores y dones que guían su vida, que le da sabias pistas y respuestas sobre lo que debe hacer y de qué manera. Le ayuda a distinguir el bien del mal. Sentimos una luz verdadera que deseamos seguir y obedecer porque haciéndolo, además, nos sentimos bien.
De esta forma y con la atención que ponemos a esas señales y venciendo los pequeños “demonios” que se nos cuelan a diario para que fallemos por el camino, podemos salir vencedores y llegar a sentir que somos buenas personas.
¡Y lo somos! ¿Pero es suficiente? ¿No podríamos hacer algo más?.
Nos conformamos con el bien que ya hacemos, y es más, nos comparamos con los de nuestro entorno y nos damos una puntuación bastante alta, de forma que no somos capaces de encontrar motivos suficientes que nos haga sentir la necesidad de pasar por el confesionario y recibir el perdón ya que lo hacemos todo suficientemente bien.
Es cuando los agujeros del colador son muy grandes para medirnos ya que nos exigimos bastante poco.
Pero ¿y cuando esos agujeros los notamos tremendamente pequeños?. Todos tenemos una historia, un pasado. Por el motivo que fuese es posible que en algún momento no hiciéramos las cosas bien.
En ocasiones nos alejamos de nuestros valores y obramos sin moral y en otras dejamos que fueran otros los que llevaran el timón de nuestra vida a pesar de sentir que no estábamos en nada de acuerdo.
Los años pasan y no somos capaces de olvidar y de perdonarnos. Es un sentimiento de angustia que sigue abierto y han pasado…. ¿más de veinte años?.
Necesitamos ese perdón casi a veces con desesperación, por lo larga y pesada que se nos hace la carga.
Deseemos no querer ninguno de los dos extremos. Tenemos los dones suficientes para ser todavía mejores y más santos y el don del perdón para volver a confiar y creer en nosotros mismos.
Se nos regala todas las mañanas el poder empezar de nuevo. No es cierto que no se puede cambiar, no es cierto que se es ya mayor para hacer las cosas distintas y mejores, no es cierto que aunque te equivoques mil millones de veces puedes dejar de hacerlo. Eso sí ¡¡¡hay que querer!!!
Aunque sólo fuese por un día ¿no desearías sentir el cambio?
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